Page 77 - El cantar del Catatumbo
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Su mujer,
                  con el alma en un hilo, teje
                  y desteje el delta

                  para que él regrese
                  llovido
                  por las monedas alegres de los arenques
                  y se duerma, bien profundo,
                  hasta que le vuelva el hombre.
                  Es que allí
                  para ser
                  hay que hacerse Orinoco.
                  Légamos

                  los waraos.
                  Personas de agua.
                  Ni memoria dejan,
                  apenas
                  las canoas,
                  sus cunas solas en el río.



               Iba junto a la selva cautiva de su propio deseo. La
            selva arrancando de todos los vacíos su posesión in-
            creíble. Alzada por su desnudez, atarantada por su
            tumulto de muerte y nacimientos, volándose quieta,
            sepultándose viva y engendrando para que la tierra es-
            perance sus comienzos. Cada hoja caía del no ser, cada
            liana subía devorando, temible, los exiguos cielos que


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