Page 75 - El cantar del Catatumbo
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Dice J.M Briceño en su libro El laberinto de los tres
minotauros: “Cada comunidad era centro de conoci-
miento, sentimiento y acción con respecto a la naturaleza,
al mundo invisible y a las demás. Cada uno era sujeto
de su propio devenir vital. No construyeron un nivel
superior que conociera, pensara y decidiera por ellas, no
hicieron estados, no delegaron su humanidad. ¿Puede
decirse lo mismo de Occidente?”
Con esos recaudos en esa y en otras comunidades del
delta repartimos gratuitamente libros entre los adultos
y los niños del pueblo warao. A lo largo de todo el viaje
los vi tomarlos con la silenciosa unción de quien recibe
una ofrenda y, luego, como quien se roba un secreto,
desaparecer entre los oscuros palafitos que se alzan en
las orillas del río.
Esos libros no solo los instruían sobre la memoria del
continente, los cambios que se estaban produciendo, sino
también sobre sus derechos en una sociedad que hasta
ahora los había marginado políticamente, segregándolos
como mano de obra barata al alcance de colonos y mer-
caderes inescrupulosos.
Los waraos (hombres de la canoa) emigraron hasta
hacer del Orinoco su casa y de la canoa, la curiara, el
objeto principalísimo de su subsistencia. Y así como les
llevó por el río en la vida, los lleva hacia la muerte con-
vertida en su ataúd.
En el libro La cultura warao, investigación coordinada
por Orta y Juan Marot, se señalan otros elementos claves
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