Page 121 - El cantar del Catatumbo
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desaparece como la música en sus fondas oscuras. Junto a
            los puestos de pescados, frutas y verduras, el río Guanare
            suelta criollos recios que vagan buscando arreos en las
            talabarterías, herramientas y otras mercancías.
               Vamos a la casa de Doña Goya Rivero, madre de
            Adelhy, una señora nonagenaria que se mueve entre
            su descendencia mandando en silencio con delicado
            albedrío. Famosa por su temple, Doña Goya. Hasta
            cuando hubo que ponerle coraje a los embates políticos.
               Y conozco a su hermana, dueña de casa, y a sus her-
            manos Zordy, médico, narrador y cronista de Arizmendi,
            y a Reynaldo, a quien, según me cuenta Adelhy, por
            andar cazando chigüires con su escopeta La Gritona, esta
            se le cayó al agua y al ir a rescatarla los caribes (pirañas)
            le comieron la nariz.
               Y de esa otra vuelta cuando la policía le quitó el arma
            y él fue a reclamarla. El Jefe de Policía le dijo que no,
            que La Gritona se quedaba presa. “Pero mire que tengo
            cuatro carajitos que darles de comer”. Y el jefe, que no,
            que aquí se queda. Hasta que, harto, Reynaldo llamó a
            los cuatro hijitos y los puso frente al hombre. “Y, bueno,
            aquí se los dejo para que les dé de comer usted”. Y cerró
            la puerta y se fue. Fue entonces el griterío y el llanto
            de los chicos. El jefe, al borde de un ataque de nervios,
            mandó entonces a buscarlo. Y le devolvió los hijos, la
            responsabilidad… y La Gritona.




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