Page 118 - El cantar del Catatumbo
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en los que el mar danza ebrio de transparencias. En uno
de ellos una empanadera me dice: “Siempre en la vida,
contra todo lo malo, repita el salmo 29 de la biblia”. Y
me cuenta cómo ella, de solo mirar, reconoce todas las
fuerzas invisibles —las crueles y benéficas— que andan
sueltas por el mundo.
En el Cayo Virgen de las Rocas, en una gruta del
acantilado a la que accedemos con la lancha, han puesto
centenares de imágenes, náufragas allí por la devoción
de la gente. Un altar donde escombra la imaginería entre
las hojas oscuras y los grandes raigones de los árboles.
En otra isla se ven grabados en la roca pequeños
petroglifos, marcas de antiguos misterios, una zoología
simbólica con la memoria y la superstición de los an-
tiguos navegantes.
Al atardecer, Chichiriviche se recluye bajo los fle-
chazos de los pájaros negros alrededor de su laguna
donde los tortuosos manglares, ahogados por la basura
de sus orillas, cobijan a los cangrejos de ojos azules y a
las furtivas iguanas.
Fuera, más allá y hacia el camino que lleva a Caracas,
se extiende en grandes espejos de agua donde los fla-
mencos despenan en rosa la eternidad de la tarde.
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