Page 114 - El cantar del Catatumbo
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silueta en carbón, sombra de mi sombra, guardando el
palomar donde tantos amigos, a causa de tantos sueños
juntos, no pudieron pegar los ojos.
Y la casa del Catire, Enrique Hernández D’Jesús, que
es entre todos los catires el más único, irrepetible, catire
de Venezuela. Poeta huracanado, enamorado, deslum-
brado y deslumbrante es, además, fotógrafo. No quedan
casi poetas en la tierra que él no haya retratado (tiene
una colección de miles de fotos con versos manuscritos
de cada autor, única en el mundo).
En su casa, hurtándole la cama a su hijo Emiliano,
di con mis huesos fatigados por las andanzas en su tierra
todas las veces que llegué a Venezuela. En realidad nadie
sabe dónde empieza y acaba esa morada atarantada de
tantos objetos: cuadros, libros, mujeres desnudas ence-
rradas en botellas, cajas que contienen las piezas imagi-
narias que laberintan la cabeza de ese señor que ríe, que
abusa de su generosidad como dice Luis Angel Parra,
que oficia de sacerdote, casa a sus cofrades y brinda con
los ángeles y el Diablo.
Ama a medio mundo y medio mundo lo ama. Es,
además, cocinero, autor del recetario más surrealista
y lírico y ha hecho un arte poética del arte culinario
que a veces emerge lleno de aromas y sabores entre las
páginas de su maravillada marea de poemas, donde él
vuela loco e ingrávido.
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