Page 115 - El cantar del Catatumbo
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Asisto a una recepción en la residencia de la emba-
            jadora argentina en Venezuela, Alicia Castro, una mujer
            que puso todo su empeño en su gestión, apoyando las
            políticas de integración de América Latina, labor que
            le valió el reconocimiento público por parte de Chávez.
            Anfitriona impecable, lo invitó al gran guitarrista Juan
            Falú, quien interpretó piezas del folklore argentino,
            a la vez que yo lo acompañaba con algunas coplas de
            nuestro cancionero.
               A los pocos días parto de nuevo al estado de Falcón.
            A la ciudad de Coro, tallada por el tiempo y el solazo.
               La colonia sobrevive, amarillenta, en esas casas, en
            sus iglesias profundas a las que hay que verlas al alba,
            cuando una luz de infancia la vuelven una aldea de
            claridades, de patios, olvidándose entre los latidos de
            las primeras campanas.
               Con Benito Mieses, César Seco y el gran William
            Osuna, abrimos de noche la Casa de la Poesía, hasta
            que nos alcanzó el amanecer diciendo versos entre sus
            columnas alunadas.
               A esa hora Coro era una melodía blanca, vagabunda.
            Como las campanadas.
               La rodea el desierto. En los médanos —yendo a
            Adícora— campean embelesados y absolutos los burros
            que, como en La Rioja de la Argentina (que tiene un
            paisaje similar) bien podrían ser, como alguna vez se
            dijo, las flores naturales de la región. Los hay famosos


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