Page 103 - El cantar del Catatumbo
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argentinos), ese pez que parece un hachón de hierro
cuya carne sabe a cochinillo.
Cerca, se divisa entre platanales y mangos el an-
tiguo puerto fluvial de Barinas y el río Santo Domingo,
yéndose pensativo entre una bandada blanca de garzas
paletas. Este tramo del viaje lo hago acompañado por
Leonardo Ruiz y Pedro Ruiz —gracias al apoyo de la
Red de Escritores de Venezuela— quienes me irán descu-
briendo hasta el último detalle los secretos de esa llanura.
De tanto en tanto se ven elevaciones del terreno que son
montículos funerarios consistentes en dos hemisferios
superpuestos, estructura que ya había intuido Humboldt
al pasar por estas latitudes.
Hay también calzadas de tierra y piedra entre las
cuales corrían cursos de agua construidos por los ji-
rajaras, caquetíes o huamonteyes, todos pueblos de la
familia de los arawakos.
Hace cincuenta años se extendían en esta zona
bosques tupidos de los que sobreviven algunos sa-
manes imponentes y sombreadores, entre otras pocas
especies. Los palmares anuncian que por allí corre el río
Masparro, ladino, con la furia escondida dentro de su
corriente. Delante nuestro traquetea con su carga un
chicharronero, vendedor de todo.
Por lo general de origen árabe, buhonero y trashu-
mante como fueron sus antecesores en el oficio, solo
que aquellos viajaban por los ríos. Tenían fama de estar
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