Page 98 - El cantar del Catatumbo
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CALDERA, PUEBLO DE FUGITIVOS
A la mañana dejamos esta ciudad para partir hacia
Caldera, ascendiendo por la selva alta, helechosa, alum-
brada por las flores del ave del paraíso y el bastón del
emperador, entre el rugido desbocado y marmóreo el
río Santo Domingo.
En el camino nos detenemos en Altamira de Cáceres,
un pueblo pequeño coronado por una iglesia lila, donde
se fundó por primera vez Barinas en 1577, y hacemos un
alto en la casa de doña Chepa Montilla, que nos acoge
con el antiguo señorío provinciano de ese lugar que dura
en un pasado remansado y sombroso.
En Caldera, junto al río azul que lleva su nombre,
entre castaños añosos y el canto del Diostedé, un pajarito
rojinegro y benefactor, se alza este caserío que levantaron
fugitivos hombres sin nada y sin nadie.
El poeta y narrador Orlando Araujo lo cuenta: “Nadie
llegaba allí por el placer de viajar y nadie se quedaba. Por
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