Page 99 - El cantar del Catatumbo
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aquel camino tortuoso de jornadas agotadoras se des-
            colgaban trujillanos y merideños que por alguna razón
            no podían seguir en Mérida o en Trujillo. Llegaban sin
            nada, los pies cubiertos por el barro. Llevaban un hacha,
            un machete, un perro, una mujer a veces, y a veces
            ni mujer, ni perro, ni hacha. Pedían posada y los que
            habían llegado antes les daban posada y comida. Nadie
            preguntaba al recién llegado quién era ni de dónde venía.
            Este daba un nombre cualquiera, cortaba leña, buscaba
            agua, ayudaba en algo. Un buen día se iba al monte,
            rozaba un rastrojo, sembraba maíz y yuca, levantaba
            cuatro horcones, ponía techo de palma y paredes de
            bahareque, buscaba mujer y ya era una familia más en
            aquella colonia de gente silenciosa. De vez en cuando
            caía por allí una comisión armada, pero en las casas solo
            estaban las mujeres, los niños y algunos ancianos. No,
            nadie conocía los nombres que la lista mencionaba,
            Podían estar seguros de que allí no vivían. Eran dos y tres
            días de monte. La comisión se iba y los hombres regre-
            saban. La vida era pacífica, alterada solo por noches de
            aguardiente y puñalada, sin que se cobraran ni pagaran
            muertes, porque allí no había autoridad constituida, ni
            nadie estaba interesado en constituirla. Aquel era un
            lugar de refugio.”
               Un pueblo entero fundado por convictos. Una
            muestra de esa realidad exacerbada y alucinante de
            Venezuela, como la enigmática montaña de Sorte, que
            está llena de brujos y nigromantes.


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