Page 20 - De mi propia mano
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mano” [20] le manifestó con sincera amplitud que “los colombianos verían
                 con satisfacción orgullosa, marchar entre las filas de los hijos de Maipo, y
                 estar a las órdenes de V.E. La identidad de nuestra causa me anima a pro-
                 poner a V.E. medios que V.E. consultará en favor de los intereses recíprocos
                 de América” . En 1821 resume lapidario para el panameño José D. Espi-
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                 nar: “Siendo una misma la causa de los americanos es una misma nuestra
                 patria” . Al ilustre argentino Monteagudo le asevera: “un paso que atrasa
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                 la desunión, no se repone con cien pasos de concordia; no es la causa de
                 Colombia la que importa a nuestros intereses, sino que estos están ligados
                 a la causa del Nuevo Mundo” .
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                    En cuanto a los valores que definen el ser continental, Sucre fue cate-
                 górico: “Cuando la América ha derramado su sangre para afianzar la liber-
                 tad, entendió también que lo hacía por la justicia, compañera inseparable.
                 Sin el goce absoluto de ambas habría sido inútil su emancipación” [127].
                    Pichincha fue su primera prueba práctica de positivo americanismo.
                 Bajo su mando esclarecido tropas oriundas de distintas latitudes america-
                 nas, en una acción debida al perfecto engranaje de precisiones por él es-
                 tructurado, obra prima de soberbia tenacidad donde nada queda al azar,
                 termina con brillo la edificación grancolombiana. Un bienio más tarde fue
                 Ayacucho. En once arengas específicas: once veces América, diez veces
                 libertad... vuelan en el grito y en el eco de su clarín triunfal. El fruto de la
                 hazaña es rotundo: “La victoria de Ayacucho el 9 de diciembre, es el más
                 brillante testimonio y el monumento de más honor que pueden levantar los
                 americanos a la libertad (…) la paz de América ha sido sellada sobre este
                 campo de fortuna” [115]. A Sucre le toca comandar allí –hermanados con-
                 tra el absolutismo– bizarros combatientes de la americanidad integral: de
                 portorriqueño-mexicanos a argentinos, de cubanos y panameños a chile-
                 nos y paraguayos, de venezolanos, granadinos y ecuatorianos a uruguayos,
                 bolivianos y peruanos; hay quien añada y especifique de Guatemala, Cu-
                 razao y Brasil. Nunca se había dado, ni después se ha repetido, semejante
                 concurrencia. Subrayará el general Miller: “hombres que se habían batido

                 6. I-351.
                 7. I-536.
                 8. I-488.


                                           DE MI PROPIA MANO
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