Page 25 - De mi propia mano
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Su fecundo empeño de gobierno depara a Bolivia –en el transcurso de las
trece semanas del 3 de febrero al 5 de marzo de 1826– trece decretos refe-
rentes a la creación de colegios de ciencias y artes, más institutos para huér-
fanos y para huérfanas, en todos los departamentos, y a establecer escuelas
primarias en todos los cantones de la República. La razón que impulsa y
mueve esta inquietud, sin paralelo en los anales de la cultura americana
por aquel tiempo, la expone el Mariscal civilizado, civilista y civilizador, en
mayo de 1826, al Congreso de la nación:
Persuadido que un pueblo no puede ser libre, si la sociedad que lo compone
no conoce sus deberes y sus derechos, he consagrado un cuidado especial a
la educación pública. En medio de las escaseces y de las cargas de que me
he visto rodeado, se han llevado al cabo casi totalmente las intenciones del
Libertador en los establecimientos de enseñanza. La generación boliviana
que ha de suceder a la que ha luchado por la independencia, será el mejor
apoyo de la libertad de vuestra patria [180].
TODO UN MAESTRO
Pero la calidad y jerarquía del magisterio de Antonio José de Sucre se palpa
no sólo en las expresiones que registran su actuación pública referida a la
andragogía, sino en la perenne majestad de los hechos. Sucre es maestro en
todas las direcciones de su polifacético quehacer. Como en el arte bélico,
donde revela un virtuosismo impar, es descollante en su perfecto desempe-
ño diplomático, desde el Tratado de Trujillo (1820) al de la Capitulación en
Tarqui (1829), vale decir, del “más bello monumento a la piedad aplicada a
la guerra” hasta la demostración irrefutable de “que nuestra justicia era la
misma antes que después de la batalla”. Sucre es maestro por su probado
e incuestionable valor personal. Por sus escrúpulos y por su extremada
corrección como magistrado. Sucre es maestro por su inteligencia moral y
política –grandeza: tangible en valentía consciente y serena, en patriotismo
y en odio radical contra la tiranía– cuando enfrenta como presidente del
Congreso al militarismo fanático y disolvente, en el memorable duelo de
principios que tuvo por forzada arena a la Villa del Rosario de Cúcuta en
abril del aciago 1830.
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