Page 28 - De mi propia mano
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La experiencia vital de Sucre deja calificada huella en sus cartas, las
                 cuales componen casi un diario, donde va quedando la crónica para el co-
                 nocimiento de los pueblos del sur en esos años del génesis republicano.


                                       PRINCIPIO Y FIN


                 La historia suministra parámetros elocuentes para una justa apreciación
                 sobre Sucre, así como respecto al signo y trayectoria de su evolutiva y veloz
                 madurez. En esta compilación se muestra cómo, al inicio de su carrera, se
                 enfrenta Sucre al divisionismo militarista encarnado por el general San-
                 tiago Mariño, cuyas ideas eran “faccionarias”, y bajo el mando de quien
                 –siete años mayor– empezó el joven cumanés el servicio a la patria. Sin
                 equivocarse éste calibró a los hombres y, por su propia decisión y libremen-
                 te, trazó su rumbo: en 1817 sepárase del caudillo oriental y promete “obe-
                 decer ciegamente” a Simón Bolívar. Trece años después, al término de su
                 vida se contrastan de nuevo: ahora es 1830, Sucre representa la dimensión
                 bolivariana, de raigambre mirandista, americana y colombiana; se le opone
                 Mariño anclado en su egoísmo de patriecita, feudo para el disfrute material
                 sin vuelo. Sucre queda así para los siglos, erguido en una perspectiva conti-
                 nental, congruente con su grandeza, labrada en buena parte por su abierta
                 percepción de la actualidad y del futuro americano.
                    Como dijimos arriba, la salud de Antonio José de Sucre fue afectada
                 por su acción sin descanso. Se consumió aceleradamente en un afán des-
                 medido y superexigente que nunca tuvo tregua. Muy pocas referencias
                 hay en sus textos a reposo, aparte de las forzadas convalecencias. Él se
                 gastó físicamente en un oficio que lo reclamaba a plenitud. Es por demás
                 muy expresiva la metáfora que utiliza para autobiografiarse: “una maraca
                 vieja” . Se miraba y sentíase un instrumento de paz, objeto de arte, de
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                 ancestro aborigen, adornado con cualidades simultáneas de sonoridad y
                 dinamismo, y que al impulso de las circunstancias –del destino y del tiem-
                 po– agitado por el Dios de los pueblos, llenó al Nuevo Mundo con la sobria



                 19. A Santander el 21 de septiembre de 1822: “Yo no sé cómo saldré de este enredo de
                 cosas en que Uds. me han metido; aseguro que me aburro de asuntos extraños a mi deseo


                                           DE MI PROPIA MANO
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