Page 55 - América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista
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Consecuencias del renacer de la Hidra
              El progresismo consiguió instalar una cultura política que dice que
              se puede cambiar el mundo sin conflictos, participando en las elec-
              ciones,  eligiendo cargos  municipales y nacionales, y que desde
              dentro de las instituciones se pueden hacer los cambios sistémicos.
              Más aún: los conflictos son peligrosos porque le hacen el juego a la
              derecha y pueden incluso ser calificados como desestabilizadores
              y en algunos casos hasta de terroristas.
                Por otro lado, eso que llaman democracia electoral-representativa
              ya no existe. Es cierto que hay una liturgia cada varios años que con-
              siste en acudir a las mesas de votación, depositar en una urna un pa-
              pel con una lista de personas que luego se cuentan y de ahí surgen
              unos nombres que ocuparán unos cargos. Pero esa liturgia no tiene
              nada que ver con la democracia real, en la que se toman decisiones
              importantes para la vida de las personas.
                Son elecciones en las que no está en juego nada importante. Por
              supuesto no se puede votar por el fin del régimen que nos oprime,
              que es una forma de totalitarismo, porque vivimos un estado de ex-
              cepción permanente para los de abajo. Ni siquiera se puede votar
              para que la policía se vaya de las barriadas.
                Ese estado de excepción lo maquillan con la liturgia de las elec-
              ciones. Por eso confiar en las instituciones es peligroso, porque con
              la excusa de la seguridad y el narcotráfico nos imponen el estado de
              excepción, o sea de guerra. Esto no depende de quienes estén en el
              gobierno. La democracia electoral es hoy la cobertura legal del esta-
              do de excepción, encubre y justifica el genocidio contra los de abajo.
                En tercer lugar, diría que la vía institucional contribuye a regenerar
              cabezas de la Hidra. Esta es una de las conclusiones que podemos
              sacar de estos diez o quince años de gobiernos progresistas, en los
              cuales uno de los ejes fue trasladar el conflicto social al ámbito ins-
              titucional.  Porque la institucionalización  de los conflictos siempre
              va de la mano de la dispersión de nuestros espacios de autonomía.
              En esta etapa genocida del capitalismo, debemos ser autónomos, lo
              más completamente posible. Derrotar a la Hidra supone pelear en
              dos sentidos: defendernos, hacerle daño, cortarle cabezas y tentá-
              culos; y construir autonomías integrales. Es una sola lucha con dos
              dinámicas complementarias. Pero una sin la otra no sirve.
                Es muy interesante constatar, en el caso de Brasil, que mientras
              hubo “paz social”  los gobiernos del PT marcharon bastante bien.
              Pero las manifestaciones de junio de 2013 que quebraron esa paz
              hicieron entrar en crisis toda la gobernabilidad petista/progresista.


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