Page 54 - Yo quiero ser como ellos
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cuidador de carros, torero o cobrador. Apegado a los usos académicos,
sus asertos aun sobre los aspectos más superficiales de cada profesión,
son respaldados con notas a pie de páginas y citas de autores que
impresionarían al mismo Jorge Luís Borges. A veces suelta un latinajo
para explicar la buhonería o busca en la Grecia antigua los orígenes del
“servicio de adentro” o del humilde barbero. El lector, pues, va y viene.
Cuando el despliegue de vasta erudición puede conducir a que se le
acuse de pedantería intelectual, de súbito introduce en el discurso un giro
coloquial de pulpería y esquina que rescata al que lee de la solemnidad y lo
introduce en la gracia de la risa. A veces, el procedimiento es al revés pero
el efecto, el mismo. Mezcla la solemnidad del Derecho Constitucional con
lo sublime del Derecho de Nacer, maestro como es del arte de la ironía,
el contraste y la paradoja. Trata con respeto, casi con admiración, a sus
desgraciadas víctimas, de las que él, usted y yo somos a la vez víctimas
cotidianas en esa dimensión tan poco humorística que llamamos con
masoquismo la vida real.
Esa “vida real” que vemos y vivimos todos los días es lo que Aníbal
coloca ante nuestros ojos. Por eso nos reímos, porque el humorista lo
que hace es colocarnos frente a un espejo y descubrimos. Los gestos del
abogado, su indumentaria, su léxico, su oficina, su maletín ejecutivo,
su virginal e inmaculada biblioteca de libros intocados son descritos
con tan rigurosa minuciosidad que el texto sólo puede desembocar en
la risa. Igual pasa con el dentista, el chofer, el “servicio de adentro” o la
dama caritativa. ¿Por qué Aníbal invirtió tanto tiempo en estudiar tan
profundamente a cada una de estas criaturas? Yo diría que para hacernos
a los demás un poco más felices o menos de lo otro. Con estas líneas
me uno al homenaje que, con la publicación de sus obras completas, se
le rinde a uno de los más grandes y auténticos escritores y humoristas
venezolanos del siglo XX. El ejerció un oficio singular, irrepetible y único:
el oficio de llamarse Aníbal Nazoa. Verbo y gracia.
Aquí subió el calor, Aníbal
(A María Lucía de Nazoa)
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