Page 166 - Yo quiero ser como ellos
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esquivan y me burlan. Me siento indefenso y uso la táctica del
            corazón: dejo que las cosas salgan por sí mismas, que las palabras
            hagan su propio río y las letras se acomoden como quieran. Acaso
            siempre ha sido así, quizás el lenguaje ha sido el que siempre nos
            ha conducido y no al revés. Si en el principio fue el verbo, ya uno
            jamás podrá arrancar primero.


                      Yo no creo que Pedro se sentara a escribir racionalmente,
            con un esquema calculado, un principio y un fin preconcebidos,
            un método en el bolsillo y una meta a la vista. Se me antoja que se
            emborrachaba de palabras e ideas y luego, con arrojo y placer, las
            iba respirando, respirando. Transpirando.

                      Por eso sus escritos son tan frescos y espontáneos y tienen
            ese aroma de las flores silvestres y la gracia suelta de los animales
            del campo. Quien pretenda analizarlos con la preceptiva de la
            crítica, puede parar en loco, sometido con camisa de fuerza o atado
            a un poste. Los textos de Pedro se incomodan en las bibliotecas
            e incomodan a sus pares. Nunca antes alguien se pareció tanto a
            sus palabras. Vida y letras, voz y existencia, fueron en Pedro la
            misma cosa. Los teóricos llaman a eso autenticidad. Pero igual
            sería de cierto si los teóricos no lo hubieran dicho, que nadie los
            está llamando, diría Pedro irreverente, incorregible.


                      A Manuel, a Roberto y a mí, nos sorprendió una tarde
            lanzándose a recitar “La leyenda del horcón” en pleno bulevar de
            Sabana Grande. Esa vaina no cuadraba. Luego se arrancó con una
            sarta de refranes que decían de culebras y bejucos. Cerró su puesta
            en escena declamando con soltura las coplas que por los caminos
            abiertos van dejando los arrieros. Era el llano que se le estaba
            saliendo en un lugar contraindicado, entonces el más cosmopolita
            de Caracas. Era el juvenil regreso, paterrolo, a su Altagracia de
            Orituco. Y para ello escogió un bulevar.

                      Hombre de humor permanente, alguna noche vi en sus
            ojos destellar la tristeza. Entonces, como él lo hizo conmigo alguna
            madrugada, le masajeaba el corazón. La vaina no es así, la vida nos



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