Page 67 - Vida ejemplar de Simón Bolívar
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Santiago Key Ayala
consejas fomentadas para deslustrarlo. Algo más ha tardado el
reconocimiento de su republicanismo sincero, de su resistencia
al infeliz pensamiento de la monarquía.
Aún queda un cargo por aventar. Su amor al poder. La presi-
dencia vitalicia. La monarquía sin corona. Un historiador adverso
piensa de él: “Quería la libertad de su patria; pero con la condi-
ción de que fuese él quien la realizase”. El mismo historiador
reconoce en otra parte que las cosas marchaban mal cuando se
prescindía de Bolívar, y explica así que se le llamase de nuevo. Es
insostenible como cargo la primera afirmación del historiador.
Los contemporáneos de Bolívar podían dudar de que fuese el
hombre superior llamado a obtener la victoria de América. La
posteridad, en posesión de todos los elementos de juicio, no
tiene tal derecho. Si el reconocimiento universal de las facultades
excepcionales del Libertador, refrendado por la conciencia del
mundo, no es engaño o farsa, era él en verdad a quien tocaba
encabezar la revolución. Tenía el derecho de hacerlo. Más aún:
tenía el deber.
No feneció el deber con los últimos tiros de la guerra. Bolívar
había de seguir trabajando su obra en medio de las mayores
dificultades, no ya entre colaboradores, sino entre émulos; no
ya con el enemigo al frente, sino con el enemigo al lado o a su
espalda. Es el período de sus mayores sacrificios, los más penosos,
los más estériles. No puede, no debe desertar. A los que creen que
debió irse, un alto espíritu, alto y puro, responde cincuenta años
después: “Bolívar tiene que hacer en América todavía”.
¿Qué es la gloria? Una confluencia. La del mérito de la obra
y el reconocimiento del mérito. Es fenómeno a la vez subjetivo
y colectivo. Bolívar tuvo la gloria porque los contemporáneos
y la posteridad han reconocido su mérito y el de su obra, y los
han encontrado excelsos. Bolívar saboreó esa gloria, que había
ambicionado. Sin embargo, había en él otro amor, y mayor que
el de la gloria. El amor de su obra. Por defender su obra, expone
su gloria a sabiendas.
Viene a Caracas, desolado, en 1827. Ha volado a salvar la
integridad de Colombia, a impedir el escándalo de la guerra
civil. Sabe que no lo podrá hacer sino a cambio de contemporiza-
ciones. Sabe que se lo enrostrarán sus enemigos, entre ellos algún
fiero republicano que otrora estuvo entre los que le ofrecieron la
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