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Vida ejemplar de Simón Bolívar

                destruirlo. En cambio, tiene derecho a que no se le trate con engaño
                cuando apele de buena fe a la buena fe del contrario. Violar la
                palabra empeñada con el enemigo leal, es deshonra y está fuera de
                la moral de la guerra. En política es menos neta la frontera entre la
                estratagema lícita y la ilícita. El sentido de la lealtad, la intuición
                moral, la descubren. Se lucha no solo contra el enemigo declarado,
                sino también contra el amigo. Se sigue un camino. Hay que flan-
                quear los obstáculos, adaptar a los adaptables, arrollar cuando es
                forzoso. “La habilidad mata la grandeza”, nos dice un alto espíritu.
                Mata en realidad la falsa grandeza. Bolívar es hábil sin compro-
                meter su estatura de gigante.
                   No engaña a quienes tiene que destruir o perder. Los alerta
                sobre el riesgo que corren. Sus conceptos, aun los más duros, los
                exprime con franqueza insospechable. Son famosos sus anatemas.
                El amigo leal está seguro con él. No se recata de mostrar su
                descontento de la conducta de sus amigos, como no les regatea
                los elogios en público o en privado cuando está satisfecho de ellos.
                   Su franqueza llega hasta desafiar a la historia. En 1813, los
                realistas fusilan a los prisioneros. Hacen la  guerra a muerte sin
                declararla. Bolívar no entiende de hipocresías. Antes de tomar
                represalias, declara la guerra a muerte, a plena luz, sin circunlo-
                quios en la proclama de Trujillo. Dos tipos de hombre lo indig-
                naban. Los que abusaban de su buena fe y los que dudaban de
                ella. Fue su tortura mayor tener que luchar con los dos tipos,
                tener que tomar en cuenta las triquiñuelas de los politicastros
                cuando sonó plena en el reloj de América la hora de las serpientes.
                Si Bolívar odió alguna vez, fue al tipo de la calumnia y de la
                hipocresía. Bolívar, hombre de buena fe, la presume. Cuando en
                Santa Ana va al encuentro de Morillo, se presenta inerme, con
                unos cuantos oficiales. Morillo viene fuertemente resguardado.
                El español advierte la lección de su contrario y despide inmedia-
                tamente a su guardia. De solo presentarse con su buena fe y su
                lealtad, Bolívar ha ganado la primera victoria.
                   Puede pensarse que si Bolívar usaba con esplendidez de su
                lealtad, era porque ocupaba la más alta posición de hecho y
                no necesitaba apelar al artificio del disimulo. Para los que así
                piensen, los de abajo tienen el derecho de engañar a los de arriba.
                Nada justifica el engaño, que en todos los casos vale por signo
                de inferioridad y debilidad. Antes de llegar al primer puesto,


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