Page 64 - Vida ejemplar de Simón Bolívar
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Vida ejemplar de Simón Bolívar
destruirlo. En cambio, tiene derecho a que no se le trate con engaño
cuando apele de buena fe a la buena fe del contrario. Violar la
palabra empeñada con el enemigo leal, es deshonra y está fuera de
la moral de la guerra. En política es menos neta la frontera entre la
estratagema lícita y la ilícita. El sentido de la lealtad, la intuición
moral, la descubren. Se lucha no solo contra el enemigo declarado,
sino también contra el amigo. Se sigue un camino. Hay que flan-
quear los obstáculos, adaptar a los adaptables, arrollar cuando es
forzoso. “La habilidad mata la grandeza”, nos dice un alto espíritu.
Mata en realidad la falsa grandeza. Bolívar es hábil sin compro-
meter su estatura de gigante.
No engaña a quienes tiene que destruir o perder. Los alerta
sobre el riesgo que corren. Sus conceptos, aun los más duros, los
exprime con franqueza insospechable. Son famosos sus anatemas.
El amigo leal está seguro con él. No se recata de mostrar su
descontento de la conducta de sus amigos, como no les regatea
los elogios en público o en privado cuando está satisfecho de ellos.
Su franqueza llega hasta desafiar a la historia. En 1813, los
realistas fusilan a los prisioneros. Hacen la guerra a muerte sin
declararla. Bolívar no entiende de hipocresías. Antes de tomar
represalias, declara la guerra a muerte, a plena luz, sin circunlo-
quios en la proclama de Trujillo. Dos tipos de hombre lo indig-
naban. Los que abusaban de su buena fe y los que dudaban de
ella. Fue su tortura mayor tener que luchar con los dos tipos,
tener que tomar en cuenta las triquiñuelas de los politicastros
cuando sonó plena en el reloj de América la hora de las serpientes.
Si Bolívar odió alguna vez, fue al tipo de la calumnia y de la
hipocresía. Bolívar, hombre de buena fe, la presume. Cuando en
Santa Ana va al encuentro de Morillo, se presenta inerme, con
unos cuantos oficiales. Morillo viene fuertemente resguardado.
El español advierte la lección de su contrario y despide inmedia-
tamente a su guardia. De solo presentarse con su buena fe y su
lealtad, Bolívar ha ganado la primera victoria.
Puede pensarse que si Bolívar usaba con esplendidez de su
lealtad, era porque ocupaba la más alta posición de hecho y
no necesitaba apelar al artificio del disimulo. Para los que así
piensen, los de abajo tienen el derecho de engañar a los de arriba.
Nada justifica el engaño, que en todos los casos vale por signo
de inferioridad y debilidad. Antes de llegar al primer puesto,
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