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Vida ejemplar de Simón Bolívar

                  Reúne en su persona y en grado muy alto, cualidades dispersas
               entre los más grandes hombres de América. Puede ser generoso
               y sabe serlo. Por la nobleza de su gran espíritu, en servicio de
               su gran idea, y por la conciencia de la superioridad. Exalta los
               hechos de sus colaboradores, los estimula con epítetos y frases
               elocuentes. Saca de ellos cuanto encierra de grande, y no solo
               no los rebaja, sino los hace más altos, quizá, de lo que fueran
               entregados a su propio arbitrio. Después de ser el primero por
               la calidad de su genio, lo es por el uso que hace de su primacía,
               por la dignidad que imprime a su papel de conductor, de guía,
               de primero.
                  Vosotros, en tanto, os preguntaréis: “Bolívar es hombre excep-
               cional. ¿Qué enseñanza podemos sacar de su grandeza? ¿Debemos
               aspirar cada uno de nosotros a ser el primero? Podéis ser primeros,
               no entre todos, sino entre algunos. En tal caso, debéis ejercer
               vuestra primacía con la elevación de alma con que la ejerció Bolívar.
               Debéis sacar de vosotros todo lo que podáis dar para honra vuestra,
               para bien colectivo, para dignidad y progreso de la patria. Debéis
               ejercer vuestra primacía sin mezquindad.
                  Entre nosotros, dondequiera que nos reunimos, todos se creen
               capaces del primer puesto. Debéis huir el risible y destructor
               empeño, tan común entre nosotros, de empequeñecer a los
               demás como único medio de superarlos. Huid el triste caso, tan
               repetido en nuestra historia, del mediocre y el nulo, situados en el
               punto estratégico para cerrar el paso a quienquiera se distinga por
               la aptitud o por el mérito. El mediocre y el nulo han hecho más
               por la desgracia de nuestras repúblicas que los mayores malvados.
               La mediocridad abunda, naturalmente, cuando la aptitud y el
               mérito escasean. Los mediocres se entienden con facilidad y se
               alían casi por instinto contra la minoría útil, de aspiraciones y
               aptitudes más nobles. Se asiste entonces a la inversión de valores
               intelectuales y morales. El inepto está donde debiera estar el apto;
               el débil, en el lugar del fuerte, el carácter de gelatina, donde hace
               falta el carácter de acero; el torticero falaz, en vez del hombre
               recto. Hasta se ha inventado el hombre cero, que se eterniza en
               una posición expectable, por su propia nulidad, por la ladina
               suspicacia de los mediocres, que así impiden la llegada al puesto
               de un hombre significativo. Aún peor, cuando se rodea al hombre




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