Page 70 - Vida ejemplar de Simón Bolívar
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Vida ejemplar de Simón Bolívar

               por momentos terribles, ha visto y ordenado sacrificios capaces
               de hacer titubear a los corazones generosos. Llegó el momento
               único y solemne de ver hacia atrás, de hacer el balance de su obra
               y la liquidación de su vida. Simón Bolívar ha dictado su testa-
               mento de particular y su última proclama de Libertador.
                  Vosotros conocéis bien esos dos documentos inmortales.
                  En su testamento, Bolívar declara su última voluntad. Puede

               hacerlo, y deja albaceas honrados, a quienes encarga de cumplirla.
               En su proclama, no lo puede. Si su voluntad pudiera ejercerse, él
               decretaría la felicidad de su patria, la felicidad de sus enemigos,
               la libertad, la dicha del género humano. Esa voluntad la rechazan
               aquellos mismos a quienes iría dirigida. Él, el grande, solo puede
               formar votos, dar consejos. Y los da tan justos, tan dignos de su
               grande alma, que se engrandece todavía y corona su vida ejemplar
               con muerte digna de su vida.
                  No, no ha temblado Bolívar ante sus contemporáneos ni ante
               la posteridad. No se presenta ni ante los unos ni ante los otros
               como reo que demanda gracia o rinde excusas o pide atenua-
               ciones. Se yergue en la frontera de la vida con la muerte y llama
               a juicio el testimonio de sus contemporáneos. “Colombianos –les
               dice–, habéis presenciado mis esfuerzos por plantear la libertad
               donde reinaba la tiranía. He trabajado con desinterés, abando-
               nando mi fortuna y aun mi tranquilidad”.
                  Y luego el grito de dolor, del mayor dolor que pudiera afligir su
               corazón de padre de su pueblo: “Me separé del mando cuando me
               persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento”. Es Bolívar,
               moribundo, consecuente con la idea matriz de toda su carrera. Es
               el mismo Bolívar, sincero republicano que ha reconocido siempre
               en el pueblo al verdadero soberano y árbitro de la República. Es
               el mismo Bolívar que ha dicho: “Tan solo el pueblo conoce su
               bien y es dueño de su suerte. Es un tirano el que se pone en el
               lugar del pueblo, y su potestad, usurpación”. ¿Cómo conciliar la
               serenidad de conciencia de Bolívar con la duda y la desconfianza
               del pueblo? El Libertador lo explica en unas cuantas palabras, con
               criterio sereno: “Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y
               hollaron lo que me es más sagrado: mi reputación y mi amor a
               la libertad”. “He sido víctima de mis perseguidores, que me han
               conducido a las puertas del sepulcro”. “Yo los perdono”.




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