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3. ir dondE no llaman

                   Hay un cuento, en el volumen ya mencionado,
             titulado «Ir donde no llaman». Y en este volumen de
             poemas una sección entera se denomina de la misma
             manera, «Ir donde no llaman», lo mismo que el primer
             poema de esta parte, que a su vez lleva el mismo nombre
             y, para hacer la intratextualidad aún más compleja, es
             también el epígrafe del cuento. Con un protagonismo
             tan importante, vale la pena citarlo completo:

                   ir donde no llaman
                   recogiendo pedazos de algo
                   que no recordamos haber roto;
                   no responsables, no culpables,
                   tampoco inocentes

                   En el cuento nos encontramos con una personi-
             ficación del tiempo, con su poetización también, cuan-
             do se dice que «Lo veía ver venir la tarde» (p. 47) o se
             habla de irse con el día o venirse abajo con él, marcando
             de esta manera el paso del tiempo, llegando al tiempo
             detenido, el del acecho, para finalmente constatar que el
             tiempo no sobra, sino que falta: «pero uno es hombre
             lleno de palabras y falto de tiempo». Falto de tiempo
             para decir, para escribir, para hablar y cantar, para apa-
             labrear. Y, sin embargo, es en un centro abstracto donde
             transcurre el tiempo y se produce lo esencial, lo inasi-
             ble. En el centro está lo roto, lo fragmentado, al mismo
             tiempo que, muy cortazaranianamente, es en el centro
             donde se puede lograr reencontrar el todo, el mandala,
             uniendo los fragmentos.


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