Page 326 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles


            regresaban a la casa del duelo, donde se les ofrecía un sun-
            tuoso banquete con pavo y jamón, adornados con lacitos
            negros el codillo del jamón y las patas del pavo. Hasta
            por un año permanecía enlutado el mobiliario de la casa,
            arropados con sábanas el piano y los muebles de sala, des-
            colgados los cuadros de adorno, atravesados los retratos
            por anchas bandas negras y empañados con almidón los
            grandes espejos. En el certificado de enterramiento que
            los dolientes recibían de la administración del cementerio,
            para despojar el documento de su fría impersonalidad ofi-
            cial, agregaba el funcionario encargado de expedirlo, una
            nota de fina cortesía personal: «El Administrador que
            suscribe, lamenta el fallecimiento de tan virtuoso y hon-
            rado caballero (o de tan distinguida y virtuosa señora) y
            se asocia al justo sentimiento de sus deudos, teniendo el
            honor de ser el fiel guardián de tan estimables reliquias».
                Pero en contraste con los elementos de nocturnidad,
            con el lóbrego aparato que hacía de la muerte de un adulto
            el tema de un culto sombrío, los entierros de niño celebrá-
            banse a la luz de la tarde, y revestían el colorido festivo de
            una bonita piñata o de una fiesta de escuela. En la casa,
            que se llenaba de flores y bizarros adornos de cumpleaños,
            los felices padres del párvulo afortunado que había muerto
            sin tener ocasión de pecar, más que pésames recibían los
            parabienes de sus amigos, mientras los endomingados
            compañeritos del fallecido jugaban y bailaban en el alegre
            cortejo para llevarse al angelito.

                  A la hora del entierro —cuenta el Marqués de Rojas—
                  una hermosa orquesta desplegaba al aire sus inefables
                  armonías, en tanto que los convidados decían al desdi-
                  chado padre: «Dios le dé a usted vida y salud para que

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