Page 325 - Sencillamente Aquiles
P. 325
aquiles nazoa
se le iban añadiendo en la calle y marchaban con ella hasta
la casa del agonizante. Al paso del viático los jinetes des-
montaban y se descubrían y, como todos los demás tran-
seúntes, se arrodillaban en la calzada o en la acera. Más
patéticas eran estas procesiones en la noche, cuando se ha-
cían a la luz de vacilantes faroles por las oscuras y deso-
ladas calles, y al oírse en el interior de las casas la campana
del viático, de todos los postigos y ventanas salían brazos
que sostenían velas y hachones encendidos.
Asociando la muerte al más antiguo de sus símbolos,
los enterramientos se efectuaban en horas nocturnas. Mo-
mentos antes de salir de la casa, uno de los caballeros invi-
tados leía el elogio del fallecido, enumerando las virtudes
que le habían adornado en su paso por la tierra, y termi-
nada la lectura se enrollaba el texto del discurso y atado
con una cinta negra se colocaba en el ataúd junto al ca-
dáver, tal como se entrega una carta de recomendación
para un amigo que sale de viaje. Ya para entonces, provisto
cada cual de una gruesa vela de cera negra previamente
encendida, el cortejo de invitados se repartía en dos filas
a lo largo de la calle, abriéndole camino al monumental
ataúd, el que precedido por sacerdotes y mónagos en ora-
ción era conducido sobre una especie de mesa bajo cuyo
pesado paño de terciopelo negro con adornos plateados,
solo alcanzaban a verse los pies de los seis peones que lo
llevaban debajo. Iniciábase así la fúnebre procesión hacia
el cementerio o hacia la iglesia, deteniéndose la marcha en
cada esquina para la práctica de las «posas», largas esta-
ciones en que los sacerdotes oraban y el séquito coreaba sus
rezos. Terminada en el camposanto o en el templo la cere-
monia de inhumación, un empleado de la funeraria recogía
las velas, que eran alquiladas, y los asistentes al sepelio
325