Page 329 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa
que componían sus cruces altas, sus clérigos de capa, sus
dobles, sus incensarios, sus ocho acompañados y sus pa-
lios; pero como la obligación de enterrar a los muertos no
estaba tan claramente determinada en las ordenanzas mu-
nicipales como en nuestro tiempo, para satisfacer el som-
brío masoquismo de ciertas grandes familias chapadas a la
antigua existían también en la ciudad técnicas de embal-
samamiento que permitían dejar a los cadáveres indefini-
damente encerrados en sus casas, vestidos y maquillados
en algún rincón como extrañas piezas de museo. Al morir,
por ejemplo, de muerte súbita el doctor Tomás Lander en
la cuadra Bolívar el 7 de diciembre de 1845, trasladado el
cadáver a su hogar en la esquina de Los Cipreses su fa-
milia lo hizo embalsamar, y vestido de riguroso chaqué
negro lo sentaron a su escritorio, con la pluma en la mano
en actitud de escribir, y así permaneció 38 años, hasta el 5
de abril de 1884, cuando el gobierno de Guzmán Blanco
dispuso su traslado al Panteón Nacional.
La pompa de los entierros se enriqueció con un nuevo
elemento de vistosidad con la aparición del primer coche
fúnebre, traído a Caracas en marzo de 1868 por la agencia
de José Giráldez. Parientes monumentales del landó, con
su techado dispuesto en nave, con el estilo ojival de sus vi-
drieras y sus ángulos rematados en frondosos penachos de
plumas negras, tenían estos coches suntuosidad de capi-
llas rodantes, y evocaban también algo de los torneos ca-
ballerescos de la Edad Media en los pesados escaupiles en
negro y plateado que arropaban hasta la rodilla a sus em-
penachados caballos. Pero entre la antigua costumbre de
llevar los féretros en andas y el pésimo estado de las calles,
reducían la eficacia del coche funerario a la de su papel de-
corativo. Para no usarlos sino como adornos del entierro,
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