Page 330 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles


            contaba además el temor —no siempre mal fundado— de
            que en el momento menos pensado, a la vuelta de cualquier
            esquina, a causa del ladrido de un perro o de un resbalón en
            el suelo lodoso o de cualquier accidente del camino, pu-
            dieran los asustadizos caballos desbocarse, obligando al
            séquito a emprender desordenada carrera en seguimiento
            del fugitivo carruaje.
                Pero tan dispendiosas y pintorescas costumbres fu-
            nerarias —como los enterramientos en conventos e igle-
            sias— eran un lujo exclusivo de los muertos ricos. Hasta
            la institución en 1880 del llamado «Tributo a los pobres»,
            por el que el Municipio contraía la obligación de costear
            los entierros de personas no pudientes, los muertos de las
            clases desposeídas eran enterrados de caridad por la Iglesia.
            A dis posición del que lo solicitara, tenía siempre cada parro-
            quia un mugriento y usadísimo ataúd que podía utilizarse
            gratuitamente, pero solo para el traslado del cadáver al ce-
            menterio; allí el cuerpo era depositado en «suelo limpio»,
            apenas envuelto en una raída cobija o en una pieza de co-
            leta, y el ataúd vacío volvía de regreso a la casa parroquial,
            donde los dolientes de otro infeliz ya lo esperaban para el
            próximo turno.



















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