Page 274 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
como ellos. En nuestro caso parece cumplirse aquello que
decía La Rochefoucauld: «Los ancianos están a toda hora
dando buenos consejos, consolándose así de no poder dar
por su edad malos ejemplos». No rige nunca en el mundo
de la gente mayor, tan lastrada de prejuicios, intereses, re-
sentimientos y convencionalismos, un criterio sincero para
ver a la juventud, y entre nosotros menos. Si fuéramos sin-
ceros, más que condenar a los jóvenes por sus defectos, ad-
miraríamos el que hayan podido todavía conservar tantas
virtudes, nacidos y crecidos en una atmósfera histórica tan
negativa como esta que a nosotros nos parece tan agradable.
Si usted le está dando, constantemente, en dosis inten-
sivas y bien cuantiosas a la juventud, como lección cons-
tante de vivir, el espectáculo de un mundo que ha hecho de
la tenencia de cosas el centro supremo de los intereses del
hombre sobre la tierra; si usted le está diciendo, constante-
mente, a la juventud a través de todos los medios de divul-
gación habidos y por haber, que el triunfo en la vida está
asentado en el hecho de poseer mejores automóviles, de
tener las refrigeradoras más caras, de comprar los aparatos
más bonitos de pulir pisos, de atiborrar su vida cotidiana
de desodorantes, de cepillos dentales eléctricos, de chatarra
tecnificada y costosa; si usted somete, sistemáticamente,
a un joven, mediante un régimen continuo de televisión,
al espectáculo de una sociedad que se burla de los valores
sustanciales de la condición humana, del sentimiento de
la libertad, de la inteligencia, y envilece la idea del amor,
¿qué otra cosa podemos esperar de ese joven, sino todo lo
que censuramos en él después que fue eso lo que le dimos?
Si ese es el tipo de enseñanza que le hemos dado, ¿por qué
quejarnos de que la haya aprovechado tan bien?
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