Page 198 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles


            a la de caminar, basta observar a un niño en sus primeros
            quince meses de vida, en ese período que va del gateo a los
            primeros pasos, y en el que según los biólogos cada ser hu-
            mano repite en sí mismo, por lo que se ha llamado memoria
            ancestral, todo el aprendizaje de equilibrio que preludió
            la marcha del hombre primitivo hacia la conquista de la tierra.
                Bien asentado sobre solo dos de sus extremidades,
            puede ahora el hombre utilizar las otras dos en la empresa
            más urgente de ese momento, que es liberarse de su gran
            esclavizadora, la naturaleza. Las potencias defensivas que
            otros seres desarrollaron en los dientes, en las alas o en las
            uñas, las reunió el hombre en las variadas posibilidades de
            sus manos. Enfrentando con piedras y palos a los grandes
            animales que lo perseguían, el triunfo sobre ellos le per-
            mitió,  además,  enriquecer  su  alimentación  mediante  el
            aprovechamiento de la carne y procurarse vestido con las
            pieles. Para comer la fruta no era ya necesario estar encima
            del árbol, pues la mano, con la ayuda de una vara, podía
            tumbarla desde abajo. Por razones de estrategia, en lo alto
            de los ramajes seguían meciéndose las hirsutas chocitas de
            chamiza que componían su vivienda; pero el auxilio ma-
            nual las había hecho evolucionar de la condición original
            de nido hacia la de una rudimentaria arquitectura, vaga-
            mente semejante a la de las jaulas con sus toscos enrejados
            de ramas entretejidas. A la escueta liana que en un prin-
            cipio les servía de acceso desde el pie de los árboles siguió
            el largo tendido de gráciles escaleritas, acaso la más antigua
            invención debida al ingenio humano.
                Confiado en el inusitado poder defensivo y creador que
            otorgaba la conquista de sus manos, podía ya el hombre
            abandonar su vivienda en los árboles al escasear los frutos
            y arriesgarse en migraciones hacia parajes más propicios,

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