Page 196 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
en la insurgencia de nuevas necesidades a las que su ins-
tinto vital debía dar la adecuada satisfacción, para poder
seguir viviendo.
Además de la forma ya definidamente humana de su
cuerpo, los actuales habitantes arbóreos de América o de
África difieren de nuestros milenarios antepasados no solo
en que disponen de un lenguaje articulado para entenderse
con sus semejantes —mientras aquel no podía hacerlo sino
por medio de la mímica y la onomatopeya—, sino por lo
que constituye el paso inicial de toda la historia de la cul-
tura: la posición erecta. Todos sabemos que un mono, li-
brado a sus propios recursos de locomoción en una llanada
sin árboles, es una criatura prácticamente indefensa, fácil-
mente alcanzable por cualquier adversidad que avance sobre
él. A causa de la conformación anatómica de su cuerpo,
acomodada para un tipo de desplazamiento acrobático, sus
movimientos en la superficie desnuda son torpes y de una
coordinación tan basta que no le permitirán ir muy lejos.
Soltémoslo en cambio en una región arbolada y nos sor-
prenderá la agilidad y rapidez con que se desplaza por entre
el laberinto de los ramajes. Pero cuando se le acaben los
árboles y comience otra vez la llanura o le salgan al paso
el fuego o la anchura de un río, nuestro mono se verá for-
zado a rehacer su camino: está, según la gráfica expresión
de Ilin, como enjaulado en su medio rural. Si un trastorno
cualquiera lo priva de los alimentos que le provee el ámbito
en que vive, morirá de hambre.
Algo semejante al caso de nuestro mono ocurría con el
hombre arbóreo de los primeros tiempos: era un prisionero
de su medio.
Pero las mutaciones del clima, con sus largos períodos
de lluvias torrenciales, con sus agobiantes calores y sus
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