Page 67 - Sábado que nunca llega
P. 67

sábado que nunca llega


              puesto de periódicos y leído una noticia semejante? No, de
              eso estaba totalmente seguro. Llevaba tres años sin pararme
              para nada frente a ningún kiosco donde vendiesen algo para
              leer, por lo tanto eso no era posible. Le di y le di vueltas
              al asunto, barajé las más insospechadas posibilidades y no
              le encontré ninguna explicación. El vicio de leer lo había
              erradicado definitivamente y no lo hacía ni al descuido,
              más todavía, no me hacía ninguna falta. Cuando veía las
              vallas publicitarias —hasta tal punto había llegado mi
              autodominio y condicionamiento—, mi mirada borraba
              todo lo que era letras y números y sólo aparecían ante
              mis ojos cuadros, colores y paisajes, cuyos significados no
              procuraba  captar  para  evitarme  problemas  nocturnos  y
              aberraciones inútiles.
                  Un día —Jueves Santo creo que era y hacía calor—
              descubrí horrorizado por qué las historias ajenas se metían
              en mí y, a la vez, me metían en ellas. Me di cuenta que
              ya no me afectaba solamente lo que leyera, sino también
              lo que oyera. Era horroroso. ¿Cuántas cosas no escucha
              una persona en un solo día, en una ciudad como Caracas
              donde la gente anda como desahogándose, contándole
              sus  problemas al  primero que  encuentra  en el autobús,
              en el por puesto, en las inmortales colas del Seguro? Y
              sobre todo yo, que estaba condenado a escuchar las cosas
              más contradictorias y miserables por mi duro oficio de
              chofer de plaza. Cuando menos, de ida se montaban cinco
              personas y de venida cinco más, es decir diez personas de
              ida y vuelta, diez historias de ida y vuelta y en un solo día
              hacía ese recorrido de ida y vuelta unas veinte veces. Por
              supuesto, no todas las personas que se montaban contaban
              historias, primero. Segundo, algunas abrían la boca sólo
              para pedir parada o para hacer un comentario innecesario.

                                         57
   62   63   64   65   66   67   68   69   70   71   72