Page 63 - Sábado que nunca llega
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No menos de cuarenta historias me asaltan diariamente.
Algunas son felices, otras intrascendentes y unas cuantas
verdaderamente horribles, casi insoportables.
Muchas veces, al regresar ya de noche, a la pensión
y pese al ajetreo de todo el día que me deja física y
mentalmente exprimido y deprimido, me es absolutamente
imposible conciliar el sueño, porque apenas lo agarro
cuando de un salto estoy parado en el centro del cuchitril
donde duermo, para no irme por el abismo con que soñaba
o no morir arrastrado por una corriente tumultuosa que
surge de repente. Esas noches, luego de fumarme diez o
quince cigarros sin encontrarles ningún gusto, opto por
levantarme y salir a caminar por las calles o a sentarme en
alguna plaza solitaria. Más de una vez, muchísimas veces
me he sorprendido hablando solo cosas absurdas en una
madrugada absurda, caminando media Caracas a las tres de
la mañana, con las manos refugiadas en la chaqueta y la cara
húmeda de frío, sin ton ni son. Cuando no, como un león
enjaulado, amanezco yendo y viniendo entre las esquinas de
Muerto a Misericordia, rumiando alguna historia que no
me sucedió a mí pero que, al conocerla, me afectó como si
yo estuviera en su mero centro.
Esto me sucede desde hace mucho tiempo, no puedo
precisar exactamente desde cuándo. Lo cierto es que
últimamente las historias que me asaltan la tranquilidad
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