Page 130 - Sábado que nunca llega
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earle herrera
puntos cardinales. Las que cogieron hacia el sur fueron a
dar con el dedo regordete que asomaba mugroso por su
zapato derecho. El dedo se movió rabioso y las cucarachas
huyeron hacia otros sitios. Al carrito le faltaba una rueda
pero con una tapa de dumbo se arreglaba esa avería. Noel
se cansa y recansa de arreglar esa falla, eso, para Noel, no
era nada y más cuando supiera que el carrito iba a ser suyo,
suyo. Con el viejo paltó el abuelo limpió de moho y musgo
al pequeño juguete, una pulidita para la nave de Noel, un
poco de saliva aquí y ahora dale que dale, más saliva y dale
que dale, chuf chaf y dale que dale y más saliva.
«¡Que te vayas a acostar, muchacho del carajo!»—Es
que yo quiero el carrito rojo, abuelo—. «Está bien, pues, el
sábado te lo compro».
Ahora Noel se daría cuenta que no lo engañaba con el
cuento del sábado, Noel no se quedaría más asomado horas
y horas en la ventana, mirando hacia la ciudad huidiza y
luminosa con ojos impotentes, ahora Noel podría viajar a
todos los pueblos que quisiera y no seguir nada más que
pensando y pensando en el sábado que nunca llega, ahora
Noel iba a saltar de puro júbilo, iba a correr sin parar, iba a
querer más y más a su viejoabuelochocho porque le había
traído el sábado que él creía que no iba a llegar nunca, que
era un cuento del abuelo para tranquilizarlo, un consuelo
no más.
La tos vino seca e inesperada a estropearle el momento
de alegre alegría. El viejo no pudo andar mucho con su
sábado embolsillado, con el carrito rojo plástico de Noel.
Un frío gelatinoso se le apretó en el pecho y como una
sanguijuela le chupaba la sangre. El tosía lo más fuerte
posible y tosía y tosía con rabia y desesperación y tosía
con dolor y tosía. Los ojos se le volvieron dos brasas
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