Page 131 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega


              rojas envueltas en un humor acuoso que se clavaron en
              el brincoteo agorero de los zamuros en torno al detritus
              desparramado por todas partes. La mano temblorosa de
              fiebre le llevó la carterita hasta la lejana boca y el líquido
              le dio más fuerzas para toser.
                  «Mi padre de noche se retorcía y veía la jauría de
              perros rojos y las ratas y buitres que lo mordisqueaban
              y lo picoteaban y él se revolvía sobre su baba de gusano
              borracho hasta que madre lo despertaba entre insultos y
              lágrimas: qué es lo que te pasa, borracho del diablo, qué es
              lo que te pasa».
                  Primero salió una baba blanquesina que cayó sobre la
              rata más grande como una bendición del cielo. Después
              brotó una pelota de líquido negro y amarillo y más atrás
              vino  la  sangre  a  borbotones,  vítrea  y  espesa,  negruzca.
              Por dentro los pulmones le ardían al igual que la basura
              quemada y una columna de humo mortuorio le llegaba
              hasta la cabeza con un olor a incienso y azufre. La fiebre
              tenía la intensidad de catorce años de incubación y sólo el
              deseo de ver a Noel feliz, de verlo alegre con su anhelado
              sábado, lo unía a la vida o a la miseria de la vida o a su
              vida invivible como un hilo frágil que duele en todos los
              nervios. Sabía que lo que estaba arrojando eran pedazos de
              vida, pedazos de pulmones, sus pulmones ojos-de-agua-
              de-mierda. En esos pedazos de carne entreveía su futuro
              inmediato, su destino inminente o lo que lo esperaba
              al ver la disputa entre las ratas, los perros rabiosos y los
              zamuros por los trozos de su cuerpo. Pronto no podría
              respirar ese aire impoluto y pestilente de Ojo de Agua que,
              con todo, lo provee de un poquito de oxígeno que mal
              que bien administran sus vísceras deshechas. Y nada lo
              asombraba. Él sabía que un día cualquiera le iba a pasar

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