Page 129 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega


              patas como huellas de vómito. Ratas que roen y que ríen
              y miran a los humanos, reducidos a su misma condición,
              con una especie de desquite y venganza en sus bubónicos
              ojillos huidizos e hipócritas. Gusanos que entran y salen y
              entran otra vez, últimos vestigios de una vida cualquiera de
              animal que llegó a ser comida de hombre primero y luego
              residuo echado al desperdicio, mientras millares de manos
              flacuchentas se quedaban tendidas hacia el trozo de carne
              en una tragicómica danza del hambre. Más allá: basura,
              basura, basura, periódicos viejos amarillos de tiempo,
              resoluciones oficiales en desuso, leyes dignas de mejor
              destino y libros de Historia y Geografía y Moral y Cívica
              caducos, con las hojas sueltas, húmedos de saliva y olvido.
              Y más allá todavía: la ciudad y sus ciudadanos, de donde
              traen a Ojo de Agua en grandes camiones seguidos por la
              orquesta de moscas increíbles y por los restos de hombres,
              mujeres y niños que salen de los socavones de la miseria
              cuales sombras fugitivas, cuales fantasmas incandescentes
              de hambre a pelear su subsistencia con los coprófagos, ratas
              y zamuros. Aquí: el viejo abuelo de Noel, con la trágica
              sonrisa de quien se burla de sí mismo, con una maldición
              fija en la mente como un disco rayado, el viejo caminando
              sobre el pus que secreta Ojo de Agua y sobre su mismo pus,
              el viejo frente al carrito rojo de Noel, pensando:
                  «Esos gusanos me recuerdan a mi padre, que borracho
              siempre se arrastraba igualito y bebía de la baba que iba
              dejando por donde pasaba hasta el cuartucho de madre
              que le gritaba borracho, hediondo, borracho de mierda,
              borracho miserable, borracho de siempre».
                  Luego  se  inclinó  y  jaló  el  carrito  de  plástico.  Una
              nube de moscas se esparció por el aire y siete cucarachas
              paranoicas emprendieron instintiva huida hacia todos los

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