Page 126 - Sábado que nunca llega
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earle herrera
pero ni eso, ni los rayos de sangre que cruzan sus esputos,
ni el dolor que le daba vueltas en la espalda como una
espiral que crece-se achica-crece, ni la vida ni la muerte
le importan algo. Total, fue voluntad propia hundirse en
el infierno o voluntad divina o voluntad social, qué más
daba, un día cualquiera amanecería muerto y eso lo saben
los animalejos que siempre están rondándolo, esperando
no más que se doble sobre el desperdicio para destriparlo
y beber la supuración de su cuerpo vuelto carroña, noche,
asco. Él también lo sabe y rencoroso algunos días la coge
por matar ratas y buitres para vengarse por adelantado,
pero sabe que nunca va a terminar con sus repugnantes
comensales, que nunca va a terminar sino consigo mismo,
que nunca va a terminar.
«Esos gusanos me recuerdan a mi padre borracho,
así mismo entraba el viejo a la casa cuando estaba
borracho, que era siempre borracho, arrastrándose por
el corredor, dejando un hilo de baba por donde pasaba
con su hediondez hasta llegar al cuartucho de madre y
bañarla de hedores y maldiciones de borracho arrastrado,
borracho gusano, borracho baboso de siempre».
Lo que consigue bajo los escombros, lo que consigue de
alguna utilidad —unos platos, una cafetera, un despertador,
una cuna— lo vende en Caracas a los revendedores de
infierno al detal y con el dinero compra su carterita de caña
blanca, un bolívar para el nieto Noel y regresa a Ojo de
Agua como un bumerán al lugar de donde lo lanzan. Ojo
de Agua es todo el día un perenne zumbido de moscas
y mosquitos, un salir brumoso y pestilente de humo, un
aletear torpe y grotesco de zamuros y un toser y toser,
cavernoso y profundo, del viejo tísico que busca un juguete
para su nieto. Es Ojo de Agua, visto desde lo alto, una
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