Page 125 - Sábado que nunca llega
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Él se entiende con las ratas, los zamuros y los lazarianos
              perros en un tácito pacto de no agresión, violado al
              menor descuido de una de las partes. Allí, la geografía
              empieza con un hedor que golpea a leguas en el estómago
              y llena de ruidos intestinos la vaciedad de las tripas.
              Luego vienen papeles sucios más o menos aislados y
              montoncitos de basura esparcidos aquí y allá. Finalmente
              está la gran montaña de desperdicios, residuos de ropas
              viejas, restos piches de comida arrojados desde los más
              opíparos  banquetes sociales y  todos  los excrementos e
              inmundicias metropolitanos arrumbados en ese lugar
              que desde hace catorce años es su medio de trabajo, de
              vida y seguramente de muerte.
                  De todo ese cuadro, el abuelo de Noel es apenas un
              matiz, o acaso, parte misma del paisaje, visión dantesca del
              costado más pestilente del apocalipsis, donde las ratas roen
              asquerosamente, las cucarachas corren asquerosamente, los
              zamuros picotean asquerosamente y él roe y corre y picotea
              asquerosamente. Pero entre ellos todo es normal, la mar
              de normal. El viejo se mueve entre los promontorios de
              basura con la premura de las ratas, escarba con la ansiedad
              de los zamuros, apesta a mugre y pudrición y con los perros
              rojos de sarna devora restos de alimentos salpicados de
              gusano y detritus. Su tuberculosis es el espejo interior de lo
              circundante, sus pulmones un ojo de agua en sus entrañas

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