Page 132 - Sábado que nunca llega
P. 132
earle herrera
lo que le pasa ahora porque en Ojo de Agua, junto con la
rata, el detritus y el cagachín, la muerte siempre anduvo
cerca en sibilina ronda. La llevaba en los ojos dantescos,
en el oficio macabro, en la tuberculosis que se le había
metido en el cuerpo no sé qué día del carajo, en la tos
seca y en los alimentos pútridos que ingería como el pan
suyo de cada día. Llevaba catorce años comiendo muerte,
tragando muerte a pedazos, digiriendo muerte y ahora
esta se le presentaba, sin mayores sorpresas, a pasarle su
cuenta ineludible de muerte. En mala hora, Noel.
Ahora Noel se quedaría toda la infancia esperando
el sábado que nunca llega, Noel asomado siempre a la
ventana, Noel con su runnn runnnn de todas las noches
y los ojos despabilados vagando solos por toda la ciudad,
más allá de la sábana de techos de cartón y hojalata. Noel
soñando sueños imposibles, Noel utópico, Noel esperando
el sábado que nunca llega, Noel, qué será de ti, Noel. Dio
algunos pasos y sintió que los pies se le hundían en la basura,
que miles de brazos de acero surgían de los escombros y
lo aprisionaban con la fuerza de garfios infernales, que
las inmundicias le subían hasta la cintura y no lo dejaban
moverse. Sin embargo se movió siete largos metros, la
larguísima distancia de siete metros. Ahorita pudiera
estar en el sanatorio, rodeado de ancianos y esperando
tranquilamente la muerte, pero eso no iba, nunca fue con
él. Jamás rehuyó al trabajo y ahora estaba a punto de ser
asquerosamente jubilado, luego de catorce años de dura
brega en Ojo de Agua, entre colegas desleales y rapaces
que sólo esperaban verlo doblarse definitivamente para
lanzarse sobre él y que ya adelantaban parte del negro
festín, para el que preparaban sus trompas, sus dientes y
sus picos.
122