Page 133 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega


                  «Lo único que me da asco son esos gusanos que me
              recuerdan cuando encontré a madre muerta en el cuartucho
              y a su lado, balbuceando algo, a mi padre borracho,
              arrastrándose junto al cadáver, sobre su propia baba, hasta
              morir también de. . .».
                  Se sentó o se cayó o lo sentó la debilidad de su cuerpo y
              un alud de basura espesa, trapos, mierda, latas se le fue encima.
              Atinó a ver que, desde el sol, la nube negra bajaba aleteando
              y lanzando graznidos, la nube negra volando hacia su boca
              por donde seguía arrojando pedazos de órganos carcomidos.
              También notó que desde todos los huecos empezaron a
              salir, presurosas, las ratas, y que los perros rojos de sarna,
              hambrientos  y  rabiosos  ya habían olfateado  la muerte.
              Otro alud cayó sobre él y lo enterró en sombras putrefactas,
              aislándolo momentáneamente de los invitados del infierno.
              Cuando se vio acorralado, inmóvil bajo el montón de
              escombros, el aire faltándole angustiantemente, yéndosele,
              apretó contra su pecho el carrito rojo de Noel, el sábado de
              Noel que nunca llega.
                  Bajo la tarde, la oscura nube de zopilotes empezó a
              dibujar su círculo de muerte alrededor de la tumba del
              viejo abuelo de Noel, la tumba sobre la que vivió durante
              catorce años, bajo la que murió al declinar el viernes, de
              la que pasó a formar parte indivisible, llevándose consigo
              para siempre, el sábado de Noel que nunca llega.














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