Page 407 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               Palomares, tampoco el mirlo de Montejo ni el ruiseñor de Paz
               Castillo, sino el de su desfigurada presencia, quiero decir, el de su
               especificidad múltiple, observada en su reflejo, en su síntesis defi-
               nida como esbozo en el trazo y en la disímil sensación que suscita
               el esfuerzo de mostrarlo en la escritura que lo hace “indetenible
               como inolvidable”, todo él partícipe del pensamiento y la emoción
               con que nos ilusiona. La frase que hace “tangible” el pájaro cruza
               la vista pensativa (pensadora) y su imaginario, como un decir res-
               plandeciente que termina por persistir en el fin del poema. En ese
               o en aquel otro, pues el mundo no es como debería ser sino como
               deberíamos imaginarlo, siempre mirándolo desde nosotros hacia
               el afuera, dejándolo ser, contentándonos con transcribir su sig-
               nificado en nuestro esfuerzo por tenerlo, por palpar lo que de él
               se esfuma y se reorganiza luego en nosotros como lectura, como
               asunto reflexivo y lírico.
                  Lo ilímite, en la propuesta poética de Alfredo Chacón es, ade-
             [ 406 ]  más, lugar, sitio, delimitación, nunca afuera apropiable, porque
               es, porque será con o sin nosotros. De él nos es dado juntar una
               inmensidad, fragmentada por el ojo que lo observa y lo medita.
               He aquí su carácter real, de allí la definición de la apariencia que
               así llamamos realidad. ¡Qué certeza, entonces, la suya, en detener,
               en asir, su destello! El poeta prefiere llamar historia a no pocas
               de sus aproximaciones a eso que siendo táctil, aspirado, visto, no
               resiste a la íngrima emoción, por lo que reclama nuestra medi-
               tación, nuestra inteligencia con su temporalidad, su promesa de
               añoranza o de olvido. Hay una textura atierrada en ese ahonda-
               miento, una terrenalidad de la imagen así entendida. ¿Pero es
               ella, la imagen, o su constante mudanza en sentencia o en duda,
               o en evocación y confidencia, nada más que hallazgo intelec-
               tivo, deducción, resultado, “mundanidad”? Me atrevo a afirmar
               que todo lo escrito en este libro ha sido tocado y frecuentado por
               la sensualidad, por cierto goce del decir, aún en aquello que se
               pierde o se extraña después de poseerlo o desearlo. Me detengo en
               la página 32. Leo, no fuera sino esta frase, y lo sé, me lo confirma:






       Lectura comun heterodox   406                                   13/4/10   12:36:24
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