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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


                 En el Perú, la proposición de Elmore difundida desde hace algunos
              meses entre los hombres de letras de varios países hispano-americanos,
              no ha sido todavía debidamente divulgada y estudiada. No he leído, a este
              respecto, sino unas notas de Antonio G. Garland —intelectual reacio por
              temperamento y por educación a toda criolla “conjuración del silencio”—
              aplaudiendo y exaltando el congreso propuesto.
                 Me  parece  oportuno  y  conveniente  participar  en  este  debate
              hispano-americano,  aunque  no  sea  sino  para  que  la  contribución
              peruana a su éxito, por la pereza o el desdén con que nuestros intelec-
              tuales se comportan generalmente ante estos temas, no resulte dema-
              siado  exigua.  La  cuestión  fundamental  del  debate  —la  organización
              del pensamiento hispano-americano— reclama atención y estudio, lo
              mismo que la cuestión accesoria —la reunión de un congreso dirigido a
              este fin. A su examen deben concurrir todos los que puedan hacer alguna
              reflexión útil. No se trata, evidentemente, de un vulgar caso de compi-
              lación o de cosecha de adhesiones. Una recolección de pareceres, más
              o menos unánimes y uniformes, sería, sin duda, una cosa muy pobre y
              muy monótona. Sería, sobre todo, un resultado demasiado incompleto
              para la noble fatiga de Edwin Elmore. Que opinen todos los escritores, los
              que comparten y los que no comparten las esperanzas de Elmore y de los
              fautores de su iniciativa. Yo, por ejemplo, soy de los que no las comparten.
              No creo, por ahora, en la fecundidad de un congreso de hombres de letras
              hispanoamericanos, pero simpatizo con la discusión de este proyecto.
              Juzgo, por otra parte, que polemizar con una tesis es, tal vez, la mejor
              manera de estimularla y hasta de servirla. Lo peor que le podría acon-
              tecer a la de Elmore sería que todo el mundo la aceptase y la suscribiese
              sin ninguna discrepancia. La unanimidad es siempre infecunda.
                 Me  declaro  escéptico  respecto  a  los  probables  resultados  del
              Congreso  en  proyecto.  Mi  escepticismo  no  tiene,  por  supuesto,  las
              mismas razones que las del poeta Leopoldo Lugones. (Ha dicho Elmore,
              quien ha interrogado a muchos intelectuales hispano-americanos, que
              Lugones se ha mostrado «si no por completo, casi del todo escéptico en
              cuanto a la idea». Más tarde, Lugones, en una fiesta literaria del Cente-
              nario de Ayacucho, nos ha definido explícita y claramente su actitud
              espiritual  —actitud  inequívocamente  nacionalista,  reaccionaria,


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