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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


              una  fuerza  de  renovación  no  pueden  concertarse  ni  confundirse,  ni
              aun eventual o fortuitamente, con los que representan una fuerza de
              conservación o de regresión. Los separa un abismo histórico. Hablan
              un lenguaje diverso y no tienen una intuición común de la historia. El
              vínculo intelectual es demasiado frágil y hasta un tanto abstracto. El
              vínculo espiritual es, en todo caso, mucho más potente y válido.
                 ¿Quiere decir esto que yo no crea en la urgencia de trabajar por la
              unidad de Hispano-América? Todo lo contrario. En un artículo reciente,
              me  he  declarado  propugnador  de  esa  unidad.  Nuestro  tiempo  —he
              escrito— ha creado en la América española una comunicación viva y
              extensa: la que ha establecido entre las juventudes la emoción revolucio-
              naria. Más bien espiritual que intelectual, esta comunicación recuerda la
              que concertó a la generación de la independencia.
                 Pienso que hay que juntar a los afines, no a los dispares. Que hay
              que aproximar a los que la historia quiere que estén próximos. Que hay
              que solidarizar a los que la historia quiere que sean solidarios. Ésta me
              parece la única coordinación posible. La sola inteligencia con un preciso
              y efectivo sentido histórico.
                 Hablar vaga y genéricamente de la organización del pensamiento
              hispano-americano es,  hasta cierto  punto, fomentar un  equívoco.  Un
              equívoco análogo al de ese ibero-americanismo de uso externo que todos
              sabemos tan artificial y tan ficticio, pero que muy pocos nos negamos
              explícitamente a sostener con nuestro consenso. Creando ficciones y
              mitos, que no tienen siquiera el mérito de ser una grande, apasionada y
              sincera utopía, no se consigue, absolutamente, unir a estos pueblos. Más
              probable es que se consiga separarlos, puesto que se nubla con confusas
              ilusiones su verdadera perspectiva histórica.
                 Conviene considerar estos temas con un criterio más objetivo, más
              realista. Por haber sido tratados casi siempre superficial o romántica-
              mente, apenas están desflorados. Dejo para otro día la cuestión de la
              posibilidad  y  de  la  necesidad  de  organizar  el  pensamiento  hispano-
              americano. Creo indispensable, ante todo, formular una interrogación
              elemental.  ¿Existe  ya  un  pensamiento  característicamente  hispano-
              americano? He aquí un punto que debe esclarecer este debate.




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