Page 65 - La Campaña de Quito
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64 La Campaña de Quito (1820-1822)
En su parte oficial dice el general Sucre que intimó la rendición
“pensando ahorrar la sangre que costaría a los patriotas la toma del fuer-
te y la defensa que aún permitía la ciudad” ¿Pero si Aymerich rechaza la
intimación o aunque sea solo dilata la respuesta? Es evidente que esas
tropas habrían ganado algún tiempo para reaccionar moral y material-
mente, y podido, en consecuencia, organizar la resistencia.
La acción de Sucre, muy loable por cierto, y que en determinado or-
den de cosas respondía al deseo de conservar la vida de muchos hombres
necesarios todavía para la redención final de América, cabía únicamente
dentro de una forma explícita: intimar la capitulación pero desde el torno
del Panecillo, neutralizando así todo intento de resistencia; es decir, im-
poner la acción diplomática por la amenaza de sus armas.
Realistas
Conocida por el comando, en la madrugada del 24, la dirección to-
mada por el ejército patriota durante la noche del día anterior, de donde
se deducía claramente su pretensión de salir hacia el campo de Añaquito,
optó con muy buen acuerdo, desde luego, por abandonar las posiciones
que hasta ese momento ocupaban las tropas e ir a situarse en la loma del
Pichincha, punto desde el cual sería fácil sorprender al enemigo, atacán-
dolo en un terreno en que todo despliegue resultaba a este imposible y
cuando se encontraba en formación de camino.
El éxito del plan residía, de consiguiente, en la ocupación opor-
tuna del Pichincha y este hecho a su vez en la rapidez del movimiento.
Sin embargo, la ejecución no responde al espíritu de la decisión, por
lo que desaparece toda la bondad de esta; pues, al decir del historiador
español Torrente, el coronel López lejos de marchar hacia ese objetivo
por el camino más corto y en el menor tiempo, atravesó la ciudad y
se entretuvo primero en hacer desfilar sus tropas por delante de la
casa de gobierno a fin de que las revistara el presidente Aymerich. Por
poco tiempo que se perdiese en la realización de tal acto, que no tenía
más objeto que satisfacer una pueril vanidad del comandante, él fue
siempre apreciable, porque cuando las tropas comenzaron a ascender