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44 La Campaña de Quito (1820-1822)
en este caso, y al no poder forzar el paso se entiende, quedaba siempre
expedita la línea de retirada porque Sucre había tenido cuidado de
asegurarla manteniendo a parte de la caballería —mientras se ejecuta-
ba el movimiento—, en la región de Latacunga. Al presente tal medida
se imponía también, у ciertamente con mayor fuerza, ya que el ejérci-
to debía seguir por un camino casi impracticable y arrancando a poca
distancia del enemigo.
Pero sea como fuere, esta maniobra —al igual que las anterio-
res— está sujeta en su conducción a normas que son dictadas princi-
palmente por la geografía del país en que se hace la guerra. Debiendo
efectuarse las operaciones en un territorio de naturaleza abrupta, en
que a las altas sierras suceden sin cesar las profundas quebradas, pre-
sentando por doquier obstáculos casi invencibles para el paso de un
agresor, Sucre no piensa ni intenta jamás estrellarse brutalmente con-
tra las posiciones que en semejante terreno ocupa el enemigo, porque
sabe que sus esfuerzos serán excesivos y los resultados por obtener in-
significantes, cuando no desfavorables; sino que trata de vencerlas por
medios en que arriesgando lo menos obtenga lo más, esto es, cayendo
sobre la línea de comunicaciones del enemigo que así se acabará con
él de un solo golpe. Y este sello es, pues, el que imprime a todas sus
maniobras, desde Yaguachi hasta Añaquito.
Para terminar bueno es referirse, aunque sea en términos gene-
rales, a la personalidad militar de Sucre, quien a través de las campa-
ñas que acabamos de estudiar pone en trasparencia sus principales
características, las mismas que después —en la campaña del Perú de
1824— confirma ampliamente: espíritu organizador, firmeza y energía
admirables para ejecutar los movimientos que se propone sin dejarse
vencer por los obstáculos; audaz en muchas de sus concepciones, pero
imprimiendo a todas un modo propio de obrar. Aunque ha sido edu-
cado en la escuela de Bolívar, puede decirse que se descubren en él,
más bien, el cálculo y prudencia de San Martín antes que los impulsos
que caracterizan la táctica del Libertador, que en este son frutos del
genio y que lo inducen, cuando la derrota se lo ha enseñado, a rom-
per con los moldes que se creían clásicos, penetrando muchas veces
—como también lo hace Sucre—, en la excelsa escuela de Napoleón.