Page 32 - La Campaña de Quito
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Felipe de la Barra 31
que avanzaba al galope amenazando un flanco de la formación enemi-
ga. Las fracciones realistas del centro llegaron hasta el choque y ani-
madas por el ejemplo de sus oficiales se sostuvieron con denuedo, pero
las otras fueron arrolladas y todas puestas en fuga por segunda vez,
perseguidas ahora por uno de los escuadrones peruanos de Cazadores.
En uno y otro encuentro los realistas habían tenido 55 muertos entre
los que se contaban 2 oficiales.
Este primer encuentro realizado casi a la vista de ambos ejércitos,
había levantado, por cierto, el nivel moral de los soldados que luchaban
por la causa de la Independencia en tanto que acabó de deprimir el
espíritu, ya bastante abatido, de los que sostenían las banderas del rey
de España.
Y es por esta misma causa que conviene fijar la atención sobre
determinado aspecto de la acción táctica, a saber, la decisión tomada
por el comandante del escuadrón de asumir por sí solo la tarea de em-
peñar el combate contra fuerzas de un efectivo tres veces mayor que las
suyas. Esta decisión que a primera vista podría tacharse como dema-
siado imprudente, puesto que se trataba de llevar a cabo un acto cuyos
resultados tenían que ser definitivos, es decir, la derrota o la victoria,
siendo esta última difícil de vislumbrar por la enorme desproporción
de efectivos, no ha sido así sin embargo, y, al contrario, se deduce que
ella fue impuesta por la situación.
Efectivamente, el escuadrón patriota, que dicho sea de paso ha
marchado sin hacerse cubrir y desligado del resto de la columna que
seguía por otro itinerario, aparece de súbito a la vista y a poca distancia
de la caballería enemiga que se encuentra en formación de combate
y como tal en guardia. En estas condiciones, detenerse o dar media
vuelta, conformándose a lo sumo con haber constatado su presencia
o reconocido sus fuerzas, habría significado —como bien lo reconoce
Lavalle en un documento al respecto—, la pérdida del escuadrón que
indudablemente se habría echado encima al enemigo.
De consiguiente, la sorpresa —aunque obtenida por obra del azar
según puede inferirse— tenía que ser llevada adelante, precisamente
como medio de evitar que más bien esa sorpresa la sufriera el escua-
drón; y es así entonces que Lavalle, apreciando la situación con este