Page 66 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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el calor del sol les hacía el manto insufrible, se quedaban en la casa
mientras duraba el día. Tendidas en la hamaca con la pantufla de
tacón y el vestido claro mirando a través de una ventana el cielo, las
palmeras y el mar soñaban con las cosas lejanas.
Cuando un extranjero llegaba hasta sus torres de marfil, lo reci-
bían con excesiva amabilidad: le regalaban frutas, flores o dulces
hechos en la casa. Grandes fumadoras, la mayor de las atenciones
consistía en encender ellas mismas un cigarro y pasarlo bien pren-
dido al que querían obsequiar.
Las mulatas, cuarteronas o quinteronas, el grado tenía mucha
importancia, sí podían sin rebajarse allí en la misma Cartagena
circular por la calle con una simple basquiña de tafetán, blusa y paño
blanco por la cabeza. Tenían como gran diversión ir al puerto a ver
llegar los galeones. Con frecuencia recogían por caridad y cuidaban
en sus casas a los chapetones o europeos recién llegados quienes a
menudo desembarcaban ya enfermos de las fiebres que los atacaban
en el trópico y que se llamaban por su nombre chapetonadas.
Cuando el chapetón se curaba se casaba a menudo con alguna de sus
enfermeras. Si se morían, las mulatas caritativas lo lloraban con las
lamentaciones y gritos de rigor, le hacían su buen velorio, lo ente-
rraban con decencia y le mandaban decir sus nueve misas.
El tipo de la mantuana soñadora encerrada eternamente en la
casa sin ver más horizonte que el que abarcaba su ventana abierta
abundó mucho en la Colonia. Místicas indefinidas sin vocación
para el convento ni para el matrimonio, ambiciosas o desengañadas
por el primer amor se quedaban al margen de la vida. Sembrando
cariño y abnegación en la familia envejecían solteras. Más mater-
nales que las propias madres fueron ellas, en gran parte, las viejas
tías solteras las creadoras de nuestro típico sentimentalismo criollo
que quiere siempre con dolor y que se exalta hasta la tragedia en los
casos de ausencia, de enfermedad o de muerte.