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Guanipa Endenantico
Ese sindicato que fundó me volvería a encompinchar
con mi mamá. Mis juntillas con las juventudes del PCV y el
MIR me volvieron un diestro hacedor de pancartas y afiches,
habilidades que a petición suya –¿qué podía decirle?– coloca-
ría al servicio de un sindicato adeco. En el periódico “Adelante”,
de la Juventud Católica, el padre Pan descubrió mis dotes
innatas para redactar artículos, versos y coplas, algo que luego
desarrollé escribiendo los decretos reales de las reinas de las
fiestas patronales y pergeñando los testamentos de Judas cada
Domingo de Resurrección, cuando la justicia popular le pega
candela, en la figura de un monigote, a los Iscariotes que no
le cumplen al pueblo. En verdad, debo acotarlo, la habilidad
para escribir versos no era tan innata: la aprendí de mi abuelo
Isidro Torcuato Silva, viejo coplero de cuatro y pelo de guama
que me enseñó los trucos –o “técnicas”–de la rima, la impro-
visación y el contrapunteo. A la orilla del río San Miguel, una
Semana Santa, me gané un premio -100 bolívares y una caja
de cerveza- declamando versos de “Florentino y el Diablo”
que mi tío Juan Ramón me enseñó bajo el sol de los caminos.
En secreto que solo ahora revelo, me convertí en el au-
tor de todos los discursos de orden que cada 1.° de mayo, Día
Internacional de los Trabajadores, pronunciaba la secretaria
general del sindicato de la salud, o sea, mi mamá. Este inespe-
rado oficio me llevó a convertirme en un experto en la historia
del movimiento sindical, desde los mártires de Chicago de
1886, hasta la ejecución en la silla eléctrica de Sacco y Vanzetti,
por su ideología anarquista y sus luchas por la clase obrera.
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