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escribir y nada más. Ya en El Tigrito, decidió sacar su primaria
completa y se inscribió por la noche en el Grupo Escolar José
Manuel Cova Maza. Después haría lo mismo, también por la
noche, para sacar su bachillerato en el Liceo Briceño Méndez
de El Tigre, mientras trabajaba como enfermera auxiliar en
el Hospital General “Luis Felipe Guevara Rojas”, en Pueblo
Nuevo.
Por esas circunstancias –y no por bruto, ¿okey?– estudié
dos veces todos los grados de la primaria, sin repetir ninguno,
no sé si me explico. Lo bueno es que en los cursos de la noche,
como yo no era alumno regular sino acompañante, no me
ponían ninguna tarea, ni me preguntaban nada de sorpresa,
ni yo estaba obligado a prestarle atención a nada ni a nadie.
Era un vacilón, de verdad. Así deberían ser todas las escuelas.
Mientras la maestra o el maestro hablaba, yo dibujaba o leía
algún libro de cuentos o comiquitas, o mejor todavía, no hacía
nada. A la mañana siguiente, todo cambiaba, frente al maes-
tro Policarpo, las maestras Osuna, Fita, Josefina Torrealba o
Santina Salazar. Mi vida escolar daba un giro de 180 grados. La
cariñosa compañera de estudios de la noche, se convertía en la
estricta mamá que me revisaba los dientes, me miraba el pelo,
me acomodaba el uniforme y me advertía lo que debía hacer o
no hacer. “Sí, señora” o “Sí, mamá”, respondía yo porque, si no
lo hacía, me tomaba de los hombros, me miraba fijamente y
me decía: “Te estoy hablando”. Después venía el beso, la mirada
dulce y la bendición. ¡Ah!, olvidaba la advertencia más difícil
de cumplir: “Si peleas, no vayas a ensuciar el guardapolvo”.
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