Page 73 - Guanipa-Endenantico
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Earle Herrera
para que al regreso de la universidad, si venías por tierra desde
el norte, fuera el primer amigo que te recibiera con los brazos
abiertos, a campo abierto, con sus puertas abiertas.
Las escuelas, los liceos, terminan por carecer de geogra-
fía, como carecen de límites espaciales los conocimientos y el
saber, la ciencia y la creación. Por supuesto, para el recuerdo,
incluso para la nostalgia cuando los años pasan, está el terruño
y ese sentimiento de terredad que nos aprieta; también está
la casa o el edifico, sus paredes, sus piedras, sus pasillos, sus
colores, sus olores, sus ruidos, sus murmullos, sus jardines, sus
luces, sus claroscuros, sus sombras y, también, por qué no, sus
fantasmas, tan reales como sus columnas.
El Liceo Briceño Méndez, por ejemplo, ese edificio
grandote cuando éramos sus alumnos de 14 o 15 años, se
vería pequeñito si pudiéramos mirarlo desde el espacio, en
la cintura del estado Anzoátegui, con el mar Caribe al norte
y al sur el soberbio Orinoco; protegido arriba y abajo en la
geografía por las aguas del mar y del gran río, como un hijo de
acuario. También cambia la imagen del liceo en la medida en
que sus estudiantes cambian con los años. El liceo que nos re-
cibe en primer año no es el mismo que nos despide en 5.º año.
También cambia la percepción que tenemos del liceo, más o
menos agria, más o menos dulce, con los cambios de las novias
o los novios. Una sola mirada, un lunes o un viernes, puede
alegrar todo el liceo. O entristecerlo. Un martes podemos
sentirnos dueños del mundo. Y un miércoles sorprendernos
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