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Guanipa Endenantico
el anca de un caballo, un burro o una mula. Con la llegada a
esos pueblos de la modernidad, se las empezaron a llevar en
el palito de una bicicleta. ¡Se la robó fulano!, chismorreaba la
gente de ventana a ventana, mientras el Don Juan pedaleaba
calle abajo, en busca de sabana.
Eran días difíciles y el amor era exigente. Pedalear ocho
o diez kilómetros con una muchacha en el palito, que por lo
general era rellenita, bien maiceadita, a lo mejor (o para peor)
con un viejo atrás disparándote con una escopeta morocha,
exigía un esfuerzo atlético casi sobrehumano. A tal punto, que
el llegar al lugar de los hechos o nido de amor, el agotado y
exhausto galán tenía que posponer sus apremios conyugales
para el otro día. A menos que quisiera forzar la máquina y
correr el riesgo de un infarto amatorio. Así eran las cosas, diría
el viejo cronista Oscar Yánez.
Pero, ¿qué tiene que ver el Comandante Hugo Chávez
con todo esto? Mucho. En primer lugar, porque él también
fue un bicicleteador fiebruo. Incluso, ya de presidente, tomó
prestada la bicicleta de un chamo y al pedalearla en el patio
de una casa o en un corral, la máquina se partió en dos bajo
su peso (no se informó si la pagó). También porque aquí, en el
sur de Anzoátegui, recorrió el circuito ciclístico que se conoció
como “La vuelta a Tank-Farm”. Esta era una de las carreras
de bicicleta que los aficionados esperaban cada año. Allí se
confrontaban los mejores pedalistas de la zona, algunos de
ellos de talla nacional e internacional. Si la memoria no me
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