Page 38 - Guanipa-Endenantico
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Guanipa Endenantico


                  Pero el río se empeñó en recuperar su espacio. Las aguas
            detenidas resultaron agradables para los tembladores, que con

            sus descargas empezaron a ahuyentar a los rollizos nadadores.
            El fondo arenoso no sostuvo la capa de concreto y terminó
            por resquebrajarla. Los muchachos con las gomeras hacíamos
            el resto. Las piedras redonditas como pichas (metras) busca-

            ban su blanco en las cabezas rubicundas. Era una especie de
            guerra de guerrillas –entonces no sabíamos lo que era eso– de
            templar las gomeras, pegar en la testa imperialista –tampo-
            co conocíamos esta palabra– y correr entre los matorrales.

            Nuestra bronca era porque no nos dejaban bañar en nuestro
            río, eso era todo. Un buen día se acabaron los pícnics de fin
            de semana y el río volvió a ser uno solo, el mismo río, aunque
            acusó el daño del cemento que cubrió su lecho, contaminó el

            agua y dañó el hábitat.

                  Mi pueblo no tenía otro atractivo que ese río. Más allá
            herían la tierra unos enormes farallones, de cañones miste-

            riosos y arena rolliza, siempre peinados por los vientos alisios.
            La sabana de noche era un incendio, un resplandor eterno, un
            cielo anaranjado y encandilado por las bocanadas de fuego de
            los mechurrios; gas natural que se quemaba sin cesar como el

            rayo incesante de Miguel Hernández. Sin citar a los poetas la
            nostalgia sería algo intolerable.

                  La Mesa de Guanipa –y en su corazón mi pueblo y su

            río- se expandió equidistante entre dos aguas soberbias: las
            del mar Caribe al norte y las del Orinoco al sur. Ese abrazo



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