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Guanipa Endenantico


            amigo merecedor de todos los honores, hoy el Salón de la Fama
            del deporte venezolano y en el Salón de la Fama del cielo.


                  Cuenta Miguel Otero Silva, en su novela Oficina Nº 1,
            que los chiquillos de aquel caserío de bahareque y palma de
            moriche se sentían orgullosos de su origen, de haber nacido

            en el pueblo de El Tigre, “como si hubieran venido al mundo
            en una gran ciudad”. Es el mismo orgullo que los primeros
            estudiantes del liceo y los muchachos de la más reciente pro-
            moción sienten cuando se proclaman briceñomendinos.


                   El primer día que llegué al “Briceño Méndez”, una
            mañana de sol radiante de cuya fecha no voy acordarme, con
            13 flamantes años de edad, un cosquilleo en el pecho y una

            sorpresa en la cara, me encontré con una huelga o algo así.
            Desde entonces, las huelgas se convertirían en mi sombra y
            viceversa.


                  Aquel día inicial de mi vida liceísta, en lugar de mi-
            rarme en un salón de clases para ver cómo era la cosa en el
            bachillerato, de repente me sorprendí marchando y pegando
            gritos no recuerdo contra quién, pero haya sido quien fuera

            el blanco de nuestros gritos, estaba convencido de que el tipo
            se los merecía.

                   La consigna de aquel primer día de lucha (que debió

            ser de estudio) no la olvidé nunca. Esta era: “Liceo sí, cuchitril
            no”. Entonces no tenía muy claro lo que significaba la palabra
            cuchitril, pero de todas formas la protesté con vehemencia.



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