Page 178 - Guanipa-Endenantico
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Guanipa Endenantico
pena a la nevera, a los muebles, al radio, a todas las cosas y
entonces se pasaba horas y horas acariciándolas suavemente
con sus manos tímidas por temor a romperlas y a echarlas a
perder. Y a la cinco y media de la mañana, cuando la sirena de
la Mene Grande interrumpía el canto de los gallos, se paraba
de un salto, corría hasta la ventana de su cuarto y se quedaba
mirando a los obreros sucios de petróleo, con cascos y botas
de puntas durísimas, hasta que el último se metía en el camión
que arrancaba para los taladros, un lugar del que había oído
hablar mucho a su padrino y que quedaría muy lejos. Pensaba
que cuando fuera grande también iría a los taladros con su
ropa sucia y manchada de kaki sanforizado, su casco y sus
botas, luego de tomar el café negro y amargo y encender un
cigarro como los del padrino. Pero qué iba a saber Caregato,
tan siquiera imaginar lo que era la vida en los taladros, en
medio del sol inclemente de la Mesa de Guanipa y la sed como
una garrapata pegada de la garganta todo el día. Abajo: el barro
de petróleo y tierra caliente, el mene. Y arriba, en la torre, los
hombres empequeñecidos, como de juguete, pendiendo de
un hilo, de un pelo y del coraje –de los güevos, decía siempre
el padrino-. Mediodía en los taladros: sol, sabana, taladro y
brega… ¡Ah, y gringo! El gringo que rompe el silencio con su
vozarrón y mira todo como si todo fuera suyo y es tan extraño
como el taladro mismo. El mismo gringo que Caregato ve to-
dos los viernes en el Comísare. ¡Pero qué iba a saber Caregato
de taladros y de sudor y de gringos!
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